Colaboración bicultural

por | Jun 1, 2011 | Expediente Abierto, Junio 2011 | 0 Comentarios

AduanaLa frontera norte de México tiene una historia profunda, al mismo tiempo que paradójica desde la perspectiva del desarrollo nacional. Por un lado, simboliza una etapa en donde nuestro territorio perdió la mitad de su extensión a causa de la invasión de Estados Unidos en 1847. Por el otro, define a una de las regiones con mayor potencial de desarrollo precisamente debido a su articulación creciente con este país, especialmente intensa desde finales del siglo XX.

Ambas circunstancias describen el nudo principal de la relación bilateral, oscilando entre el recelo y la cooperación, entre la cercanía o la preservación de la sana distancia.

El siglo XXI no ha concluido con esa paradoja. Ésta sigue viva, en el consciente nacional y en alguna franja de la ideología de Estado. Sigue viva incluso en EU, particularmente entre grupos radicales de su clase política, que ahora ven en el sur a una potencial amenaza y promueven altos muros para separarse de los problemas de México y de eventuales riesgos internacionales.

No obstante, desde el inicio mismo de la nueva frontera en 1848, las sociedades fronterizas mexicanas ya se movían en la ruta de la colaboración simplemente porque eran una misma y sola sociedad que había sido dividida artificialmente.

Planteado el escenario, mientras para las sociedades y estados nacionales el recelo fue cediendo progresivamente a favor de la cooperación —después de siglo y medio—, para las sociedades y gobiernos fronterizos estaba en su naturaleza desde el origen mismo. Muchas veces, porque las familias fueron separadas por una línea que de pronto les ubicó en naciones distintas. Otras más, porque compartían recursos naturales y dinámicas económicas que de pronto se volvieron internacionales.

SIN LÍMITES

TorniquetesPero, no todo pudo segmentarse como el territorio. En particular, la cultura, el idioma, los modelos de familia, la etnia y su diversidad, entre otros aspectos. Desde aquí evolucionaron los códigos genéticos de la actual cooperación fronteriza, ahora con mayor diversidad, dimensiones y redes de enorme solidez estructural.

La original cultura fronteriza no se encontró en algún momento con la idea de colaboración; es parte de su sustancia. Tan intensa como los pares de ciudades que incluso en el nombre revelan sus lazos de identidad, como Mexicali y Calexico, Nogales y Nogales, Naco y Naco, Laredo y Nuevo Laredo, El Paso y Paso del Norte (hoy Juárez).

Con los años, a la colaboración por identidad cultural se le ha sumado aquella derivada del desarrollo. Este segundo proceso no excluye al primero, sino que ambos conviven y generan nuevos lazos y formas culturales. La migración es la pieza clave de esta dinámica.

Impulsada por un mercado laboral que se formó a lo largo de varias décadas —acelerándose durante la segunda mitad del siglo XX y hasta la fecha— la migración hizo crecer nuevas poblaciones en el lado mexicano y en el sur de EU, fortaleciendo vínculos e identidades de uno y otro lado de la frontera.

Los lazos de identidad cultural entre el sur de Estados Unidos —si bien no exclusivamente— y México se expandieron rápidamente y en los hechos redefinieron nuestra relación bilateral.

Sin excluir los rasgos subsistentes de desconfianza y de recelo ante el poderoso vecino, existe un amplio y fuerte puente de colaboración (no escrito; no reconocido) asentado en los 12 millones de mexicanos y los más de 21 millones de ciudadanos norteamericanos de origen mexicano, en su gran mayoría ubicados en un rango cercano a la frontera.

A la migración y su panorama actual debe agregarse otro factor también de naturaleza estructural, consistente en la integración económica. Actualmente México es el tercer socio comercial más importante de Estados Unidos, después de Canadá y de China. Es decir, es más rele vante que Japón, Reino Unido, Alemania o cualquier otro país. La dimensión del intercambio comercial ha sido expansiva y lo más probable es que esta inercia persista en los próximos años, haciendo que la paradoja del recelo y la cooperación sea aún más estimulada hacia el segundo rubro.

La frontera norte mexicana en gran medida condensa expresiones de estas dos dinámicas estructurales. Por una parte, receptora de migración, formando grandes ciudades. Por la otra, espacio de cruce que refleja la complejidad y dimensiones gigantes del intercambio fronterizo y de ambos países. Baste con indicar que cada día se genera cerca de 1 millón de cruces fronterizos, entre personas, autos, autobuses, tráileres y trenes.

FronteraDe esta manera, la original cooperación fronteriza por identidad ha evolucionado hacia una derivada del desarrollo, basada principalmente en la migración y el intercambio comercial. No ha desaparecido la cooperación por identidad cultural, por supuesto. La diferencia es que ahora existe en condiciones mucho más complejas. La cooperación de origen local se combina con la originada en otros lugares de México y EU (incluso del mundo), volviendo a las ciudades fronterizas en espacios culturales similares, pero insertas en flujos económicos de alcance mucho más amplio.

El reto mayor de los próximos años es darle un sentido más compartido y corresponsable a la dinámica de colaboración entre México y Estados Unidos, siendo la frontera un espacio imprescindible y prioritario. Es muy poco probable que el debate bilateral privilegie la separación o la distancia, pues los vínculos estructurales apuntan a una necesaria colaboración y desarrollo compartido, con la frontera como prioridad en la medida que condensa ejes centrales de los intercambios.

El hecho es que ya nos movimos de la colaboración como intención, a la colaboración como necesidad. Avanzamos de la colaboración de facto a la colaboración construida, mediante políticas coordinadas de desarrollo que aborden temas cruciales, como calidad de vida, medio ambiente, salud pública, infraestructura de puertos fronterizos, comercio, ciencia, educación y cultura, y transportes fronterizos, para comenzar.

En los próximos años, lo más probable es que avancemos hacia palabras más explícitas como “gobernanza transfronteriza” y nuevas “instituciones bilaterales” para el desarrollo de esta región.

Tonatiuh Guillen

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