Estabilidad en las tasas de interés y en el tipo de cambio, control de la inflación, madurez de los mercados, trámites sencillos, certeza jurídica y hasta un buen entorno global, son condiciones que forman parte de un escenario nacional propicio para hacer negocios. Es cierto que con todo ello a favor, el atractivo para las inversiones crece, pero también lo es que, ni aun con el desempeño óptimo de cada una de esas variables (y no digo que México esté cerca de tenerlo) se puede neutralizar el impacto negativo de la corrupción y la impunidad que padece el país.
Llegar a esa conclusión es fácil en un país donde 75 por ciento de los pagos extraoficiales que hacen las empresas, según el Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco), se utiliza para agilizar trámites y obtener licencias y permisos. Para reforzar dicha valoración, esta vez aprovecharemos el espacio para replicar juicios de empresarios mexicanos que hoy hacen negocios exitosos con el mundo, pero que no por eso dejan de sopesar el daño que las prácticas perversas han provocado y siguen provocando al país:
“Todos hemos sufrido por el problema de la corrupción”: Carlos Rojas, presidente de Rotoplas.
“La corrupción e impunidad son los dos grandes diques que acotan a los mexicanos y al crecimiento del país”: Xavier López Ancona, presidente de KidZania.
“La corrupción y el crimen organizado son los principales inhibidores de los negocios en México”: Alejandro Ramírez, presidente de Cinépolis.
“No habrá una reforma estructural lo suficientemente poderosa para detonar todo el potencial de crecimiento que tiene el país, si no se abate primero la corrupción”: Alejandro Legorreta, presidente de Sabino Capital y del Instituto VIF, que por primera vez ha lanzado la convocatoria para el Premio Innovación Anticorrupción 2016, el cual busca que jóvenes desarrollen soluciones tecnológicas que ayuden a erradicar prácticas públicas poco transparentes.
Recabé estas opiniones en el marco del Value Investing Forum de este año, esperando encontrar al menos un caso que se sintiera a salvo de los efectos nocivos de la corrupción, pero me equivoqué; todos ellos, emprendedores primero, empresarios consumados después, han debido sortear en algún momento ese alto y ancho muro, y tal vez por eso son pocos los que logran superarlo, crecer y despuntar dentro y fuera del país.
Los números de la corrupción en México son monumentales: 44 por ciento de las empresas reconoce haber pagado algún tipo de soborno y una tercera parte de estos pagos se entrega a dependencias municipales, el resto se distribuye entre las ventanillas estatales y las federales. En el cálculo más conservador, el del World Economic Forum, la corrupción en México representa 2 por ciento del producto interno bruto (PIB) nacional, pero también están los datos del Banco Mundial, que estima esa cifra en 9 por ciento y los del Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP), que la eleva a 10 por ciento.
Llama la atención que otro punto en el que este grupo de grandes empresarios está totalmente de acuerdo es en que, a pesar de todo, México es un buen destino para invertir. Lo afirman con determinación. Pero, ¿qué hay de los casi 4 millones de emprendedores que aspiran a trascender en el mundo empresarial y que siguen sin hallar un camino que los exente de pasar por el cruce de la corrupción en sus tratos con las distintas instancias de gobierno?
Tendrían que empezar por una autoevaluación y definir qué tan firme es su convicción de no entrar al engranaje perverso y aparentemente inevitable de pagos indebidos y que, frecuentemente, confronta a la conciencia con el instinto de sobrevivencia. Es un hecho que la corrupción no es privativa del sector público, para que ésta se dé tiene que existir la contraparte privada. En otras palabras, para bailar tango siempre se necesitan dos.
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