Cumplidos los plazos, estamos en el inicio de un nuevo Gobierno de la república. Hace 100 años México se encontraba en plena revolución. Hoy, es una nación integrada, con un sistema político estable, que permite la alternancia en el poder sin mayores problemas. Por eso, en los primeros días de diciembre los comentarios políticos versarán, como cada seis años, sobre el discurso inicial del nuevo Ejecutivo Federal, los pormenores de la toma de posesión, la integración del gabinete presidencial, y las posiciones y críticas de la oposición.
Con todo, como cada seis años, los mexicanos fieles a nuestra cultura política, participaremos una vez más en la generación de una nueva expectativa de cambio. El nacimiento de una esperanza sexenal es parte del camino para olvidar el pasado, que siempre tendrá algo que criticarle y construir lo nuevo, que siempre podría ser mejor. En todo caso, es necesario reconocer que el presidente Felipe Calderón cierra su sexenio con un buen recuento de logros. Son innegables los avances y también los rezagos, como le ocurre a cualquier gobierno. Cierto, en materia de seguridad se heredan problemas serios, tanto por el número de muertos, como por los errores de estrategia. El dilema seguirá contrapunteando la valentía presidencial para enfrentar al crimen organizado, vis a vis los efectos perversos de su estrategia.
Por su parte, el presidente Enrique Peña Nieto recibe un país en buenas condiciones de estabilidad económica, con un potencial de crecimiento muy amplio y con las cifras macroeconómicas bajo control. Las políticas avanzan en la dirección correcta, y se antoja ahora la renovación de estrategias específicas, efectividad en los proyectos, combate a la corrupción, más transparencia en el actuar y mucha más acuciosidad en la rendición de cuentas. Cada cambio traerá efectos, positivos o negativos que serán criticados y comentados en un México más demandante.
Adicionalmente, las expectativas de las mayorías están en alcanzar mejores condiciones de vida. Ni la estabilidad macroeconómica, ni la democracia electoral son suficientes sin la búsqueda cotidiana de una distribución más equitativa de la riqueza. El reto que ésta genera para el nuevo gobierno no es menor, ni fácil de resolver.
El periodo de transición que termina mostró las virtudes del nuevo esquema político de México, y los límites que no acaban de romperse. Se trató de una transición tersa, que muestra voluntad, capacidad de negociación y mucho respeto entre rivales que son y seguirán siendo los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN). La transición también mostró que todas las fuerzas harán uso político de su peso específico para cuestionar, debatir y construir alternativas.
La negociación de la reforma laboral es un claro ejemplo de ello. No bastó la palabra y voluntad presidenciales (la del presidente en funciones y la del electo) para hacer que una reforma legal se aprobara. Las cámaras y las bancadas operaron en su dinámica propia. Uno de los nuevos retos será no sólo construir acuerdos, sino hacerlo con transparencia para evitar todo tipo de suspicacias.
De ahora en adelante el tema será observar y analizar qué tanto los actores políticos mantienen una estrategia de construcción de acuerdos. Por eso la expectativa está puesta en la habilidad del nuevo equipo de gobierno.
Ese no es el sistema al que está acostumbrado el viejo PRI, pero tampoco es el viejo tricolor el que llegó al poder, aún cuando prevalecen tendencias poco progresistas. Por más críticas que se hagan al perfectible esquema democrático de México, la realidad es que para gobernar este país se requiere de voluntades y estrategias novedosas, así, el nuevo equipo deberá entender el nuevo contexto en el que actuará.
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