Tan necesarias como nocivas resultan ser las ladrilleras, ya que de ellas depende alrededor del 50 por ciento de esa materia prima para la industria de la construcción; pero a su vez generan grandes cantidades de contaminación altamente tóxica y sus procesos de producción están fuera de los cuadros elementales de la sustentabilidad, lo que representa un problema para la salud pública de los municipios donde se asientan.
En México existen 14 ,764 ladrilleras distribuidas en 29 estados y el Distrito Federal. Sólo Quintana Roo y Campeche no cuentan con este tipo de actividad. Los primeros seis lugares, por el elevado número de hornos, los ocupan Puebla con 4,316, Guanajuato con 2,980, Jalisco con 2,500, San Luis Potosí con 1,175, Michoacán con 769 y el Estado de México con 650, según estadísticas de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
Con base en información del Instituto Nacional de Ecología (INE) y de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, se calcula que incluyendo el total de ladrilleras existentes en nuestro país, cada hornada genera 221 mil 460 toneladas de gases de efecto invernadero (GEI), que se acumulan en la atmósfera y se caracterizan por contener grandes concentraciones de dióxido de azufre (SO2) y dióxido de nitrógeno (NOx), debido al tipo de combustibles que se utiliza en el calentamiento de los hornos, como basura, aceites requemados y llantas.
Maricela Tayabas González, directora de Medio Ambiente de Metepec, Estado de México, explicó en entrevista con Alcaldes de México que en este municipio existen 300 ladrilleras, que contribuyen considerablemente al problema de contaminación ambiental de la demarcación.
Para enfrentar este hecho, informa que las autoridades municipales trabajan conjuntamente con el gobierno estatal, el Consejo Mexiquense de Ciencia y Tecnología y el Instituto Nacional de Investigaciones Nucleares (ININ), para ofrecerles a los dueños de las ladrilleras hornos de alta tecnología desarrollados por el ININ, y así reducir las emisiones de GEI.
RESISTENCIAS
Lamentablemente, dice Maricela Tayabas, los tabiqueros se resisten a cambiar sus formas de producción, no aceptan nuevas tecnologías porque argumentan que baja la calidad del tabique y eso dificulta su comercialización.
“Hemos visto que al menos 80 por ciento de los tabiqueros no quiere el cambio”, comenta la funcionaria, y recuerda que hace algún tiempo se les entregaron hornos eléctricos, pero no los aceptaron. Los hornos que desarrolló el ININ usan aceite quemado, pero están equipados con filtros especiales que limpian los gases que emiten a la atmósfera.
Existen, además, otras tecnologías limpias, como la desarrollada por Jorge Pineda Piñón, investigador del Instituto Politécnico Nacional (IPN), que construyó un horno solar para cocción de ladrillo rojo que, en vez de utilizar combustibles fósiles, utiliza la energía del sol.
Este equipo es de alta temperatura, que se consigue con un conjunto de espejos de lámina de aluminio y un seguidor solar que dirige los rayos del Sol a un concentrador parabólico, artefacto que los recolecta y a su vez dirige la energía calorífica a un contenedor en cuyo interior se colocan los ladrillos para su cocimiento.
Sin embargo, no todas las ladrilleras han tomado conciencia de la contaminación ambiental que generan. En una investigación, la ingeniera química Paola Moreno Murguía, de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), plantea que “la industria ladrillera sigue las mismas etapas desarrolladas desde la antigüedad: preparación de la pasta, moldeo y cocción en hornos. Emplean combustibles altamente contaminantes que generan dioxinas y furanos, distintas especies de hidrocarburos, así como volúmenes masivos de partículas, monóxido de carbono, óxidos de azufre y de nitrógeno; lo que contamina la atmósfera, cuerpos de agua y suelo”.
Y ejemplifica: “Sólo en el área metropolitana de la Ciudad de México funcionan más de mil ladrilleras, con sistemas tecnológicos obsoletos que causan serios problemas a quienes trabajan en ellas —más de 20 mil personas—, así como a la población en general, lo que también ha obligado a estas industrias a migrar hacia zonas menos pobladas”.
En la investigación de Paola Moreno se explica que la manufactura de ladrillos es manual, no sigue un control de proceso ni de calidad estricto, y el personal que fabrica el ladrillo pertenece a las familias de los productores, incluyendo a los niños.
Se emplean como materias primas agua, arcilla y estiércol, siendo almacenadas al aire libre. La preparación de la pasta y el moldeo se realizan directamente sobre el suelo. El secado es natural, tardando, según los ladrilleros, hasta seis días; mientras que la cocción dura entre 48 y 72 horas.
En algunos lugares del país, como el Estado de México, los combustibles empleados con mayor frecuencia son el aserrín, la madera y aceites gastados.
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