Desde la urna

La primera semana de septiembre está cerca y con ella el inicio del proceso electoral 2020-2021. Al momento de escribir este texto, el proceso para seleccionar a cuatro nuevos consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE) está en marcha, y el presidente López Obrador acaba de regresar de la visita a su homólogo Donald Trump en Washington. Contra los malos augurios, en un primer momento el análisis destaca el éxito del mandatario mexicano en su primera salida al extranjero.

Hizo lo que tenía que hacer al elogiar la firma del T-MEC y hablar franca y directamente con el Presidente de Estados Unidos. Quizá en los próximos días el discurso de Trump retome las referencias a la importancia de haber construido el muro y a los peligros de las migraciones de centroamericanos a los Estados Unidos, que supuestamente México debe detener. Con todo, el día de su regreso muchos de sus críticos tuvieron que reconocer las virtudes de la visita. El propio Porfirio Muñoz Ledo sintetizó la actuación presidencial en una frase: “se volvió a poner la banda presidencial”.

López Obrador tiene mucho que aprender de su visita a la capital de la Unión Americana. Las cosas salieron bien porque se siguieron con impresionante precisión todos los protocolos, desde utilizar el cubrebocas en el avión hasta lo que debe de haber sido más difícil para él: no hacer declaración alguna, salvo las correspondientes al protocolo de su visita. Su discurso fue cuidadosamente preparado y leído adecuadamente, sin pausas, burlas o ataque a uno u otro actor político.

La lección es muy clara. En Estados Unidos era importante la organización de los argumentos, más que la estridencia del discurso. El éxito radicó en el sano uso de la investidura que otorga la institución presidencial, no el desapego a las formas, las burlas al protocolo y la chorcha. Si AMLO aprendió de esa experiencia, debiera acabarse el desdén hacia las instituciones, especialmente las electorales, que están por iniciar uno de los procesos más complejos de la historia de México. Por su naturaleza, las elecciones generan encono entre las fuerzas políticas y en el interior de los partidos, cuando los militantes buscan una candidatura.

En las campañas el objetivo es vencer al rival a toda costa. Por eso es importante que las instituciones garantes de la democracia tengan la fuerza suficiente para evitar cualquier conflicto y permitir que la voluntad ciudadana se exprese libremente. Para ello es necesario que se vigile el uso de los recursos económicos durante la contienda. Existe una comisión de fiscalización en el INE. Igualmente se requiere que los medios de comunicación cumplan (como lo han hecho) con la transmisión de los promocionales de los partidos y que se trate con la misma vara a todos los contendientes. Para eso el INE monitorea todo lo que se transmite en la radio y la televisión. Además, en cada entidad de la República las autoridades locales garantizan junto con el INE la integridad de los comicios locales.

En este proceso, el Presidente de la República no tiene ningún papel que desempeñar. El éxito de su actuación radica simplemente en permitir y facilitar que las instituciones hagan su trabajo correctamente. Su comportamiento, en los actos y en su discurso, debe ser como en Washington: estrictamente apegado a la estrategia que está definida en las leyes, sin salirse un ápice del plan trazado en las normas y abrir paso a la fuerza de la institucionalidad. Pronto veremos si el presidente aprendió.

El autor es Decano Asociado de la Escuela de Gobierno y Transformación Pública del Tecnológico de Monterrey, Campus Santa Fe.

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