El discurso pronunciado de manera directa ante los ciudadanos es la más antigua manera de comunicación política, que siendo aún indispensable, ha venido quedándose atrás ante la creciente importancia de comunicarse a través de los medios masivos y de las nuevas tecnologías de información, para llegar a mayores audiencias.
Actualmente, en nuestro país es la propaganda —y dentro de ésta, la publicidad en medios electrónicos— la herramienta principal y preferida por actores y partidos políticos con efectos en el sistema electoral y la democracia. Éste es un tema vigente y se encuentra en el centro del debate sobre los modelos de comunicación política. De aquí deviene la importancia de la vigencia de la expresión oral y directa.
El discurso político requiere de creatividad, pero sobre todo de que se sustente en hechos o promesas medibles que atiendan el sentimiento o demandas populares, porque sirve para persuadir con la afirmación de ciertas cualidades y atributos, así como de compromisos específicos alejados de la subjetividad.
Apela a la congruencia porque los ciudadanos podrán discernir entre el discurso y el desempeño. Conviene que sea sencillo y directo, con contenidos contundentes porque puede servir de base para la divulgación de millones de spots o miles de tweets.
El discurso pronunciado de manera directa debe equilibrar lo racional con lo emotivo, lo sencillo y directo, con lo complejo y profundo. Debe motivar a la reflexión, desde el ángulo que el intercambio libre de opiniones y divergencias fortalece la democracia y mejora los proyectos.
Sirve para dar a conocer propuestas, responder a críticas o evidenciar a los adversarios, contrastar proyectos y comparar metas.
Los discursos pronunciados de manera inmediata ante las audiencias sin ninguna intermediación, son una extraordinaria vía para establecer relación directa con la ciudadanía y, por ello, debe de apelar a sus necesidades, sentimientos o aspiraciones.
Es parte esencial de la democracia, porque permite al emisor colocarse ante sus conciudadanos para decirles: “Aquí me tienes, cerca y ante ti, y éstas son mis propuestas y compromisos que someto a tu escrutinio”.
HABLAR COMO POLÍTICO
“Habla como político”. Con esta connotación negativa es común referirnos a quienes sentimos que nos hablan, cuando menos, con un lenguaje que no es cercano a nosotros, nos causa incomodidad o, incluso, a quienes intuimos que tratan de convencernos con argumentos poco creíbles o causas ajenas a nuestro interés.
Bajo esta percepción resulta difícil que la ciudadanía sea receptiva a escuchar mensajes de un emisor al que, de antemano, le desconfía. Y es que en el sentir de la población el discurso político goza de regular o escasa reputación como la propia actividad política. Es común que éste sea percibido como una herramienta más de la confrontación entre adversarios que, no se diga en tiempos electorales, se acrecienta y predomina.
El discurso de los políticos se ha vuelto una extensión negativa del quehacer mismo de esta actividad, en contraste con lo que debería de ser, ya que la palabra representa honestidad y compromiso: “Te doy mi palabra”, es usual escuchar cuando anteponemos nuestra voz como garantía de un hecho por venir.
En otras ocasiones es común que el político eluda hablar en primera persona e involucre a todos, y a nadie a la vez, en asumir la responsabilidad que corresponde.
En sentido contrario, conviene recordar aquí algunos discursos memorables que calaron hondo entre quienes los escucharon. Como el que en 1963 pronunció Martin Luther King y que es recordado como “Yo tengo un sueño”.
¿De qué forma un político puede dirigir un mensaje a un público de manera atractiva? Con la premisa de la congruencia para transmitir las causas que ha abanderado o con asumir nuevas demandas, pero con el compromiso de lograr resultados concretos.
Dejar a un lado el discurso de protesta para ofrecer uno de propuesta y, sobre todo de resultados, es una idea que debe estar siempre latente al inicio de esa hoja en blanco.
Un buen ejercicio para evaluar el nivel de credibilidad es releer nuestros discursos de hace un año o dos. ¿Qué de lo que dije cumplí? ¿Me acordaba de esos compromisos expresados? Sin duda, en esta autoevaluación, tendremos material para reforzar nuestro siguiente discurso.
¿Cómo transmitir un mensaje entendible para todos, sin sonar fastidioso ni trillado? Comunicando los compromisos y las acciones cumplidas.
Dudo que alguien se canse alguna vez de escuchar que sus peticiones fueron atendidas. No creo que alguien se desista de mantener comunicación con quien muestra interés y ocupación por sus inquietudes.
Los datos “duros”, las ideas claras y los hechos concretos son también la mejor argumentación que tengamos para comunicar y reforzar nuestro discurso.
Finalmente, el consejo de Julio Mazarino dado en 1650 tiene vigencia: “Lee y relee tu discurso para constituirte una reserva de argumentaciones que convenga para cada lugar”.
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