@RoCienfuegos
El lunes cinco de febrero de este 2024, cuando el calendario cívico del país marca el aniversario 107 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, heredera y continuidad de la aprobada en 1857, quedó ya inscrito en la historia como el día en que un presidente, Andrés Manuel López Obrador, propinó un puntapié, uno más, a la Carta Magna del país, y por supuesto a la conmemoración de una efeméride nacional clave para la vida democrática e institucional de México.
De espaldas a esta fecha establecida en el calendario cívico del país, el Presidente negó su presencia en el Teatro de la República de la capital queretana, con lo que envió un mensaje claro de rechazo o al menos, desacuerdo, con la carta fundamental que aun rige en el país. No es cosa menor en la simbología política que el Jefe del Estado mexicano haya desdeñado la conmemoración de esta efeméride nacional.
Foto: Gobierno del estado de Querétaro.
Tampoco lo es que en su lugar, el presidente haya decidido permanecer en su atalaya, el Palacio Nacional, para anunciar una serie de iniciativas constitucionales con el objetivo de moldear a su parecer, única y exclusivamente, un nuevo marco constitucional, éste si conforme a su criterio y necesidades políticas, si bien al hacerlo ejerce una facultad absolutamente legal como titular del Poder Ejecutivo Federal.
Llama sin embargo la atención la coincidencia elegida expresamente por el mandatario entre una efeméride fundamental como la celebración del aniversario de la Carta Magna y el anuncio de su ramillete de iniciativas. Como dijo el clásico, en política la forma es fondo.
Antes que cumplir y dar aliento a una larga tradición política, que se nutre de la presencia y participación de los tres poderes de la Unión en Querétaro para honrar la Constitución y a quienes la hicieron posible hace más de un siglo como expresión del anhelo del pueblo mexicano por construir un estado de derecho, el presidente se puso a la cabeza del lanzamiento de un nuevo intento por redefinir la estructura o marcos jurídicos de nuestro país, en la parte final de su sexenio y en el ocaso de su poder constitucional.
Las iniciativas propuestas parecen apuntar al cumplimiento de un propósito central: preservar y consolidar el poder a través de los años que augura el porvenir.
Este esfuerzo y/o interés por una reinstitucionalización nacional proyecta y aun trasunta en los hechos una nueva tratativa del titular del Poder Ejecutivo para hacerse de un escenario a la medida de sus intereses políticos-partidistas cuando se aproximan las elecciones federales e -insisto- el ocaso de su poder, algo que sin duda en la vida de cualquier político y mucho más en la biografía de un hombre como López Obrador pone de manifiesto su obsesión por el poder, así él lo niegue persistentemente. Sólo de esa forma puede y debe explicarse su persistencia, tenaz e inclaudicable, de tantos y tantos años e incubada en su natal Tabasco, y que en los hechos renuncia todavía hoy a ceder, así también sostenga sin empacho alguno que él ya se va a Palenque. Quizá por ello, Claudia Sheinbaum, haya optado por mantenerse hasta ahora dentro de un corset y muestre todavía una renuencia a romperlo. Sabe lo que está en juego.
El presidente también sabe que el ramillete de reformas que presentó el primer lunes de febrero topará con un valladar legislativo debido a que su partido, Morena y sus adláteres partidistas, carecen de la mayoría calificada en el Congreso federal para que prosperen las iniciativas recién anunciadas al país. Pero el progreso o eventual aprobación de estas reformas tampoco importa demasiado. La apuesta lleva implícitas otras ganancias, mucho más redituables y sobre todo a un plazo mucho mayor.
Fiel a sus principios y prácticas, el presidente hará del previsible revés legislativo la fuente e inspiración para arreciar el combate político-electoral que requiere a fin de catapultar a su partido y por supuesto a sus huestes, abanderados y lacayos en pos de alcanzar en junio próximo la mayoría legislativa, una que vislumbra total, aplastante y absoluta, para delinear el nuevo escenario político que daría larga vida a él en primer lugar y enseguida a Morena, su inspiración y hechura.
Cosas éstas una vez más que trasuntan ese apetito voraz por el poder y el interés supremo por conservarlo y acrecentarlo por muchos años, algo por lo demás que sigue avanzando sin que muchos mexicanos perciban o quieran darse cuenta de que el país puede estar a las puertas de la restauración de un sistema político hegemónico y absolutista como fue durante décadas bajo las siglas del Partido Revolucionario Institucional, en cuyas filas se incubaron con el paso del tiempo y bajo el imperio absoluto del poder, las peores prácticas políticas que condujeron en alto grado a la peor degradación y pudrición de ese partido, del cual en los últimos años han desertado muchos para inscribirse con toda y su fetidez en el nuevo partido de Estado. Esto es la parte crucial de la apuesta presidencial. ¿Un sexenio acaso bastaría a un presidente como López Obrador? No, por supuesto que no. El presidente apuesta lejos, muy lejos.
Foto: Presidencia de la República.
Como vimos ad náuseam ya en el pasado, Morena se perfila, si no es que ya lo es, en el partido que hará de México, si otra cosa no ocurre, lo que hizo el PRI durante demasiado tiempo. Así esto haga cumplir la sentencia de Lord Acton: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, peor todavía en países donde como en México estamos lejos de la construcción de un genuino Estado de Derecho, y donde el poder supremo sostiene que la idea de que ‘la ley es la ley’ no pasa de ser más que un cuento.
Claro y muy desafortunadamente, muchos mexicanos asienten, por las razones, motivos o causas que se quieran, pero asienten, aceptan y aun conviven con la premisa de que la ley es un cuento. Nada más pernicioso pues que aceptar semejante garlito. Vive México sin duda días peligrosos. Esto en buena parte por la disputa por el poder, la obsesión número uno si no de todos los políticos, sí de una mayoría dispuesta a hacer lo que resulte para satisfacer sus egos, vanidades, pero sobre todo sus ambiciones. Los aspirantes a próceres, peor aquellos que resultan fallidos, nunca se conforman con poco, al contrario, doblan la apuesta cuando sienten que el tiempo fenece. Además, y después de todo, México y sus peores problemas pueden esperar. Hay prioridades pues.
@RoCienfuegos1
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